El chacal que estafó a Wall Street con falsas minas de oro
Historias de la economía - En podkast av elEconomista - Mandager
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La historia de Wall Street está salpicada de fraudes y estafadores. Madoff, Ponzi, Ebbers, Belfort... son algunos de los nombres que se nos vienen a la mente. Pero antes de todos ellos estuvo George Graham Rice, uno de los supervillanos más conocidos del distrito financiero de Nueva York. Conocido como El Chacal, perfeccionó el arte de la estafa en la bolsa. Y no tuvo reparos en escribir un libro mientras estaba en prisión contando su experiencia. Lo tituló 'Mis aventuras con tu dinero'.Nació en 1870, en el seno de una familia de clase media de Nueva York. Su nombre original era Jacob Simon Herzig, aunque después se lo cambiaría. Fue un maestro de las relaciones públicas, un charlatán, como esos que recorrían el viejo oeste ofreciendo elixires mágicos o aceite de serpiente. Y con estos ingredientes, se aprovechó de dos de las principales modas que recorrían Estados Unidos a principios del Siglo XX: la fiebre del oro y el ansia por hacerse rico en poco tiempo en Wall Street.De hecho, sus inicios como estafador fueron en su ciudad natal, ya de adolescente: robaba dinero del negocio de pieles de su propia familia, por lo que acabó con sus huesos en un reformatorio.No fue la última vez que lo encerraron, claro. Aún con su primer nombre, acabó en la cárcel por falsificar cheques. Después inició un negocio de apuestas por correo, y un periódico con consejos para las carreras de caballos en 1901. Manipulados y falsificados, claro. Llegó a ganar 1,5 millones de la época. Le volvieron a acusar de fraude y le cerraron el negocio.Arruinado, y tras cambiarse de nombre (lo de George Graham Rice se lo copió a un compañero de celta), se estableció en una pequeña ciudad de Nevada. Un lugar perfecto para sus planes, ya que pronto comenzó a promover las minas de oro en el Estado.Para apoyar su actividad creó una agencia de publicidad y también un periódico. Otra vez. Sabedor de la importancia de la publicidad para lograr reputación y facilitar sus tejemanejes, se unió con un famoso comediante de la época, e incluso logró que la novelista Elinor Glyn visitara una mina. Y de verdad que hizo dinero. Su fortuna llegó a alcanzar los 100 millones de dólares en 1925, especulando con acciones de las compañías mineras en Wall Street. Estaríamos hablando de unos 1.400 millones de hoy. Sin escrúpulos, las promovía a través de brokes fraudulentos, sabiendo que apenas tenían oro, y se aprovechaba de la fiebre para vender la mayor cantidad posible. Tampoco tenía reparos para ponerse 'corto' cuando descubría que las empresas que promocionaba no valían nada.Su teatralidad estaba muy cuidada. Contrataba a trabajadores para sus minas ficticias, alquilaba maquinaria y fingía trabajos en terrenos que nunca serían minas. El objetivo eran las fotos y la atracción de posibles inversores. No escatimaba en recursos. Llegó a organizar una falsa huelga de empleados, incluyendo la quema de algunos edificios, para salir en los periódicos del magnate William Randolph Hearst.Hacia 1908 su fraude con las acciones de las mineras estaba acabado, pero el legado fue impresionante: más de 2.000 empresas constituidas y más de 200 millones de dólares de los inversores. Dinero que perdieron prácticamente en su totalidad. "Se extrajo más oro de los bolsillos de los especuladores que de Nevada", dijo el propio Rice en sus memorias.El estafador no tenía remordimientos. "Fue una orgía de manipulación del mercado y desplume que no tuvo parangón en la historia", decía. "Como boom de las acciones mineras, fue un éxito vertiginoso, lleno de fuego y explosiones hasta el último climax", presumía en su libro.A pesar del fraude, pudo continuar con sus estafas en Nueva York, estableciendo presuntas casas de corretaje que escondían negocios de apuestas, por ejemplo. A veces, a través de testaferros y otras con su propio nombre, como cuando creó la...